15 de abril de 2012
Entiendo mi trabajo como una pintura sin manos (acheiropoietos), en la línea de principios de la mística encarnada de Jonas Mekas, Ives Klein o José Val del Omar. Que es la misma mística de Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz y que nada tiene que ver con la asepsia conceptual nórdica, de raíz calvinista. Sobre José Val del Omar estuve investigado durante varios años, encerrado en su laboratorio PLAT, en Madrid, rodeado de máquinas e inventos de todo tipo, antes de que fuera definitivamente desmantelado. Esa investigación me sirvió para defender la Tesis Doctoral titulada Laboratorio Val del Omar. La parte audiovisual de esa tesis fué publicada posteriormente por Cameo, dentro del cofre Val del Omar, elemental de España. En mayo de 2010 Manuel Borja Villel nos invitó a Javier Ortiz-Echagüe y a mí a instalar el laboratorio PLAT, con sus necesarias adaptaciones, en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, dentro de la exposición Desbordamiento Val del Omar.
Cuando he ensayado la representación de la figura humana me he apropiado de los cuerpos y sus gestos mediante la huella que dejan en la película fotosensible o digital, en el caso de la fotografía o el cine. O mediante técnicas escultóricas asociadas a la cultura popular como el livecasting o bodycasting, técnicas de vaciado del cuerpo humano ya desarrolladas en la Grecia del siglo IV a.C por Lisístrato de Sicyon, hermano de Lisipo.
Cuando he realizado obras site specific he procurado apropiarme de los lugares, sometiendo sus límites a mínimas alteraciones. Esas correcciones cargan el espacio de densidad a la vez que ponen de manifiesto su inestabilidad: su condición des-ubicada. Lo mismo ha sucedido con el trabajo arquitectónico. Me he apoderado de embalajes y objetos domésticos para someterlos a mínimas modificaciones. Al quedar la realidad descontextualizada deja de estar atrapada por su función prosaica y vuela en un orden utópico, cercano a la poesía. Son mínimas actuaciones con las que se libera el mundo de la inmediatez vital y lo efímero se enfrenta nuevamente a la eterna pregunta por lo permanente.
Entiendo el arte como una huella. Tras la aparición de la fotografía y los medios de reproductibilidad automática, la mímesis occidental ha dejado paso a la huella por contacto. De esto se dieron cuenta Marcel Duchamp, Andy Warhol y especialmente Ives Klein, entre otros muchos. Lo que no llegaron a advertir es que el origen de este fenómeno se encontraba -como ha apuntado Roland Barthes- en la misma aparición teológica e iconográfica del cristianismo, llamada acheiropoietos.